No había planes para el domingo, pero surgió la idea de ir
al mercadillo de Quelfes, y allá que nos fuimos. Después de un breve paseo por
la autopista y algunos desvíos por carreteras locales, llegamos a una localidad
pequeñita, adentrada en el campo, perteneciente a Olhão: Quelfes. Una pequeña
iglesia, el ayuntamiento, unas cuantas casas blancas y una explanada muy
grande, donde instalan el mercadillo. Ya era tarde, casi la una, hora española,
y aún así tuvimos tiempo de ver y de comprar algunas cosas; libros, muebles,
herramientas, antigüedades, juguetes, frutas y verduras, plantas, todo lo que
te puedas imaginar, falta tiempo para ir de uno en uno y ojear, e imaginar
dónde colocarlo o qué uso darle.
Los niños corrían entre las calles, y el
hambre los acercó a uno de los puestos de perritos calientes. Familias enteras
tomaban un tentempié, nos llamó la atención la barbacoa de pollo, con su salsa
al piri-piri, el olor te atraía. El viento era molesto, y de vez en cuando se
levantaba arena, se acercaba el momento de ir a buscar dónde almorzar. Un paseo
calle arriba y, otra vez calle abajo, mientras tanto unos nísperos recién
cogidos de un árbol nos aliviaba el hambre. Decidimos continuar la búsqueda en
coche, era lo más sensato.
Al final de
la calle un letrero: Casa do Carmo, allí íbamos a comer. Un camino entre
árboles frutales, polvareda, viento, y varios cruces que nos obligaron
preguntar a una señora, que amablemente nos confirmó el camino y la buena
elección. Unos metros más arriba y llegamos al destino. Una zona para aparcar,
un porche amplio con árboles, flores y algunas estatuas, formaban una sencilla
decoración de restaurante rural. Nos gustó, era auténtico. Salón adornado con
azulejos antiguos, chimenea, y piedras de molino, en un ambiente familiar. Unas
pocas familias y todo libre para nosotros, que no éramos pocos.
Nos sentamos
cómodamente y una señora tímida y pausada nos indicó que podíamos coger las
bebidas de la nevera, una fiesta para los niños, una sorpresa para nosotros,
poco a poco nos fue sirviendo algunos entrantes típicos, y sin darnos cuenta
teníamos una mesa llena de platos
exquisitos: caldereta de cordero, lombo a la piedra, pollo al carbón...cervezas,
vino blanco y para terminar un variado de tartas caseras, cafés y licor de
higo.
Una sobremesa, mientras los niños corrían por el campo, y nosotros
comentábamos el lugar, la comida, y el grupo de ancianos que jugaban un bingo ágil al premio de un puñado
de caramelos, divertido y entrañable. Era hora de continuar la ruta: ¡La cuenta
por favor!, el lujo y el detalle de las cosas auténticas, nuestra señora y
amiga Maria do Carmo, con bolígrafo en mano, se sienta con nosotros en la mesa,
y empieza a repasar en voz alta y ante nuestra atención, todo lo que habíamos
consumido, escribiéndolo sobre la marcha en el mantel de papel. Cuánto tiempo
sin ver algo así, por un instante, me recordó a esa tiza y a esas cuentas
garabateadas en la barra del bar. Qué improvisación y qué sentido del humor...
Continuamos: sabíamos
de un hotel con encanto en medio del campo, confirmado que merecía la pena,
fuimos a buscarlo... más caminos entre frutales, y como si nada, llegamos hasta
Pedras Verdes. Una Guesthouse, como lo
denominan sus dueños, Erik e Ingrid, quienes amablemente nos explicaron el
concepto de este Bed and Breakfast rural y particular. Un lugar donde perderse
cuando realmente haya que desconectar.
Nos quedaba poco tiempo iríamos a la Pousada de Estoi. Un
Palacio convertido en Parador; elegancia, lujo, relax y vanguardismo todo en
uno. Pasear por sus instalaciones y respirar esa paz en sus jardines, hacen de
este lugar, un rincón mágico y especial.
La tarde estaba fresca, y el viento era cada vez más hùmedo
y frío, era el momento de regresar a casa, la excursión había merecido la pena,
unos pensaban en la antigüedad que tenía que haber comprado, otros en si los
abuelitos se comerían los caramelos del bingo, otros que si las piedras de
Pedras verdes eran verdes de verdad o no, y otros, si algún día podrían pasar
una noche en ese Palacio de ensueño. Por tantas cosas aprendidas, y por tantas
sensaciones vividas y compartidas, mereció la pena esta escapada a este
rinconcito del Algarve.
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