Una zambomba no es sólo el instrumento musical más
representativo del folclore navideño, una zambomba aquí en el sur es el sinónimo de villancicos para los flamencos
y gitanos, la traducción no es otra que fiestas en la Navidad. Una gran reunión
de familiares, amigos y conocidos cantando, bebiendo y comiendo.
Y, como había ganas de fiesta, nos fuimos a Moguer a la Peña
de Cante Jondo (con J, con H no lo entiende un buen aficionado al flamenco, le explicaron a mi hijo preocupado por la
falta de ortografía).
Visitar el pueblo natal de Juan Ramón siempre es un placer, ni siquiera los niños ponen pega alguna a la escapada, aquí se sienten libres paseando por sus calles o jugando en la Plaza de las Monjas. Y además está el atractivo añadido de los pasteles, de acercarse a la dulcería de La Victoria a por sus romanos, alemanes o sultanas.
Moguer es auténtico en muchas cosas y una de ellas es en el respeto que procesan a muchas de sus viejas costumbres, como la de reunirse en Navidad en torno a la candela de un bidón en los corrales, las casas grandes o los patios de vecinos para cantar villancicos.
Quisimos por unas horas ser parte de las costumbres del pueblo, lo mismo que debió pensar una pareja de holandeses residentes en la costa algarvia atraídos igual que nosotros por la II Zambomba Flamenca que organizaba la peña. Después de una rica comida en uno de los salones de la peña, -asadura aliñá, calamares del campo con huevo frito, bacalao y un vino de naranja con pastelitos-, tomamos como palco una de las ventanas al patio, con una panorámica envidiable, la de un precioso patio andaluz, con sus jazmines enredados, flores, macetas y un pozo sobre el que se había montado el tradicional misterio.
La tarde tenía una luz especial, quizá era esa luz del tiempo dentro que Juan Ramón Jiménez veía en su pueblo, y también una acogedora calidez, no sólo por el calor que desprendía el bidón con la candela desde el centro del patio, sino también por el ambiente navideño que se respiraba en las reuniones de los salones y, sobre todo, por el afecto con que te acogen los moguereños.
Aunque la actuación que abría la zambomba, la del joven
grupo ‘Azúcar y Limón se demoró, la espera se hizo dulce, muy dulce, porque a
pesar de haber comido demasiado, no pudimos sucumbir a los pestiños caseros
recubiertos de miel que, sin parar, se servían en lebrillos de barro
acompañados con vasos de vino dulce de la tierra. ¡Quién podía negarse ante tanta
insistencia y generosidad!
Las pestiñadas están muy unidas a la Navidad y en el Moguer de hace más de 60 años estaba la tradición de organizar estos eventos en alguna casa para entretener a los más jóvenes que intentaban evitar el pestiño que escondía dentro una cuerda. Historias de tiempos ya lejanos que padres cuentan a hijas y a nietos.
Y, entre charla y charla con nuestros anfitriones, sus
amigos y las personas que ocupaban el resto de las ventanas, comenzó el
espectáculo, zambombas, guitarras, palmas y pandereta para acompañar unas voces
que erizaban la piel. La música y el
ambiente acabaron embriagándonos a todo,
a grandes y pequeños, a foráneos y a nativos, y así la tarde se hizo noche y
los que estábamos allí amigos o más amigos. ¿Quizá esa sea la magia de la
Navidad?