Siguiendo al pastor en Alcoutim

Hay profesiones realmente especiales. Oficios que a pesar de su dureza o su dedicación se ven recompensados por el escenario en que se ejercen, por la interacción constante y continua con la naturaleza. Y uno de esos oficios es el de pastor, quizá la profesión más antigua del mundo.


La figura de pastor irradia para mí, intuyo que como a una gran mayoría, una profunda bondad. Tal vez por su protagonismo en el portal de Belén, por  su empatía con los más pequeños y su asociación a los más felices recuerdos infantiles. ¿Quién no conserva un recuerdo entrañable de los disfraces de pastores en Navidad o de aquellas figuritas de los belenes infantiles?  
En mi particular percepción, el pastor simboliza humildad, sensibilidad, sabiduría y poesía; porque irremediablemente el tú a tú con la naturaleza en su estado más puro tiene que acabar en un bonito verso.  Ahí está el caso cercano de António Aleixo o de Miguel Hernández.


Por todo ello, cuando leí que entre las rutas que ofrecía la cámara de Alcoutim en su Festival de Caminatas una de ellas consistía en acompañar a un pastor, no me lo pensé dos veces: quería vivir esa experiencia y sobre todo compartirla con el más pequeño de mis hijos, tan entusiasmado como yo con la aventura. El punto de encuentro fijado a las 10.00 de la mañana era en la aldea Corte da Seda, una pequeña población con algo más de una decena de casas, poco antes de llegar a Alcoutim. Un lugar auténtico, con calles empedradas decoradas por flores de todo tipo, que constataban la llegada de la primavera. 


Desde el primer momento, tanto nosotros como un grupo de tres profesores de Ayamonte, encontramos en aquella pequeña aldea multitud de estampas para atrapar con el objetivo de nuestras cámaras. Una pequeña y escondida Virgen, casas deshabitadas con sus recuerdos dentro y las típicas chimeneas algarvias despuntando al cielo. Queríamos atrapar el espacio, el momento y también el ambiente de algo que sabíamos que era genuino.



En pocos minutos todos los participantes de la excursión, no más de 15 portugueses y españoles, estábamos  reunidos con nuestro pastor para emprender desde la puerta de su casa nuestra ruta. La verdad, es que nuestro guía rompía todo los prototipos al uso que teníamos de la figura del pastor.  Un chaval joven, vestido a la moda, que combinaba el uso de la vara con un moderno teléfono móvil.



Empezamos nuestra aventura pastoril recogiendo de un corral en la entrada del pueblo a una gran manada de cabras algarvias. Una raza autóctona de la zona, características por sus manchas blancas, pardas y marrones y unos cuernos, que a más de uno asustaron durante el camino.  

De estos animales, que empiezan a protegerse por su peligro de extinción,  se extraen más de un litro y medio de leche y con ella se confeccionan un queso fresco ecológico delicioso.



Ya fuera del corral, la excursión se integró en la manada y mientras ellas pastaban, nosotros paseábamos por un precioso  paisaje con paradas en las que nuestro pastor nos aleccionaba sobre las plantas de la zona, la alimentación de sus cabras y su propia vida.



Con los conocimientos y de uno y otros fuimos aprendiendo los nombres de flores y arbustos; detectamos el poleo por su olor penetrante y buscamos la flor de cardo que se utiliza para cuajar la leche del queso.  Subimos y bajamos pequeñas montañas, divisando el precioso paisaje en torno al Guadiana, en una y otra orilla.



Después de algo más de una hora de paseo y de entretenimiento en ver y dar comer a las cabras, vino la sorpresa de nuestra excursión.  Mientras las cabras bebían agua y reposaban en un pequeño lago, nos esperaba debajo de un gran árbol una deliciosa merienda.
El padre de nuestro pastor nos había preparado sobre un gran mantel en el suelo un rico tentempié de productos locales y artesanales, la mayoría confeccionados por él mismo. Queso fresco, miel, vino, pan artesanal…



Un momento especial de convivencia entre risas y confidencias en un mundo que poco tiene que ver con el nuestro habitual.



Aunque la merienda nos pareció la guinda de aquella aventura, lo mejor, sin saberlo ni esperarlo estaba por llegar.  Comenzamos el retorno al corral volviendo a recorrer los pasos andados, pero a mitad del camino, parte de la excursión decidimos atajar en la vuelta con el propósito zambullirnos en la playa fluvial de Alcoutim antes del regreso a casa. Para hacer el camino más corto, el pastor nos indicó un camino directo a la aldea, a todos los que no íbamos a continuar con las labores de pastoreo. 



Y así lo hicimos, en principio nada anormal, despedidas y agradecimientos por tan agradable jornada  entre todos los participantes y camino de vuelta al coche por una vereda. Sin embargo, en pocos segundos, las cabras que debían estar con el pastor nos estaban rodeando y se situaban en varias filas junto a los dos niños de la excursión, mi hijo y un amigo.



Nada se podía hacer al respecto, los animales no respondían a ninguna llamada, a ninguna señal de su cabrero, y,  durante unos minutos,  los niños se convirtieron en pastores inesperados, emulando al amigo entrañable de Heidi, guiaban las cabras por los campos, evitando que comieran o pasaran por campos de cultivos, abrieron las verjas para facilitar su paso y las acabaron llevando todas hasta el corral. El final superó el principio. Y después de aquello, ya montados en el coche, los niños preguntaron, ¿qué días podemos volver a verlas?






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